¿Estallará la guerra este año? Netanyahu tiene
listos los planes para atacar las instalaciones nucleares de los
ayatolás en primavera. Entretanto, el Mosad prosigue su lucha secreta en
Irán
A gente como Bibi Netanyahu, Moshe Yaalon y Ehud
Barak hay que tomarla en serio cuando dice que va a por alguien. Tienen
el gatillo fácil si piensan que la existencia misma de Israel está en
peligro. Lo que, a pesar de que ese Estado tenga uno de los mejores
ejércitos y uno de los mejores servicios de espionaje del mundo, y
también unas cuantas bombas nucleares, ocurre con frecuencia. Ahora el
trío dirigente del Gobierno israelí da a entender que atacará Irán en
algún momento de los próximos meses para frenar el programa nuclear de
los ayatolás, y, le guste o no, el resto del mundo debe incluir eso en
sus previsiones para este nuevo annus horribilis. Israel bien podría
hacerlo; otra cosa es que ya haya decidido hacerlo.
Esta guerra
-la próxima guerra, como se la conoce en medios políticos, militares y
periodísticos- ha comenzado de hecho. Israel la libra en dos terrenos en
los que sobresale: la propaganda y el espionaje. A rastras, Estados
Unidos y la Unión Europea acaban de alistarse al decidir bloquear los
negocios con el banco central de Irán y no comprar un solo barril de
petróleo persa.
¿Iniciará Israel las hostilidades militares en la
primavera o verano próximos? No es descartable por mucho que Obama
intente impedirlo. Es incluso muy probable.
El de la próxima
guerra no es un juego para almas cándidas. ¿Cuáles son los hechos y
cuáles los bulos? ¿Quién va de farol y quién tiene una buena mano? ¿Es
esto o aquello un globo sonda? Como en una novela de John Le Carré,
verdades, mentiras y todo lo que hay en medio se suceden, se enredan, se
reflejan, se hacen eco, y así van deformándose y haciéndose
inextricables.
Lo seguro es que los gobernantes israelíes piensan
que el programa nuclear iraní supone una "amenaza existencial" para su
país. Lo seguro es que la ansiedad crece en buena parte de sus
compatriotas. La República Islámica de Irán, que jamás ha reconocido la
existencia del Estado judío, y muy en particular su actual presidente,
Ahmadineyad, que repetidamente ha clamado por su destrucción, no son
nada tranquilizadores.
También es seguro que Tsahal tiene listos
los planes para un bombardeo aéreo de instalaciones iraníes. Y que,
entretanto, el Mosad zancadillea ese programa nuclear con todos los
medios a su alcance.
Con sabotaje de centros industriales,
asesinatos de científicos y uso del virus informático Stuxnet, la fase
secreta de la guerra contra Irán comenzó la pasada década, después de
que los servicios de inteligencia de Estados Unidos e Israel llegaran a
la conclusión de que Irán tenía una planta de enriquecimiento de uranio
en Natanz, a unos 250 kilómetros al sur de Teherán. Ni unos ni otros
creyeron al régimen de los ayatolás cuando dijo que solo estaba
interesado en el uso civil de la energía nuclear.
Era una
desconfianza sensata. El Irán jomeinista tiene un montón de razones para
querer hacerse con armas nucleares. Empezando por su voluntad de ser
una potencia regional -voluntad enraizada tanto en el nacionalismo persa
como en el islam chií- y terminando por su temor a ser víctima de una
agresión bélica norteamericana y/o israelí, como ya lo fue en los años
1980 de una guerra impuesta por el Irak de Sadam. Precisamente, los
ejemplos contrapuestos de Irak y de Corea del Norte le han llevado al
convencimiento de que solo la verdadera posesión de armas de destrucción
masiva puede librarle de un ataque exterior.
Por aquello de
mantener la moral de la tropa, el régimen iraní atribuyó al principio a
accidentes las explosiones que sacudían sus cuarteles y fábricas o
reventaban los Peugeot de sus científicos. Hasta que, recientemente,
admitió lo que todo el mundo sabía: esa epidemia, de la que era víctima
todo lo relacionado con el programa nuclear, no podía ser otra cosa que
el fruto de la acción de servicios de espionaje extranjeros.
Por
su propia naturaleza, la guerra secreta es muy sucia. Y lo más sucio de
esta son los asesinatos de científicos iraníes. Han ido cayendo Ardeshir
Hosseinpour (2007), Masud Ali Mohammadi (2010), Majid Shahriari (2010),
Dariush Rezaeinejad (julio de 2011) y Mostafa Ahmadi-Roshan (enero de
2012). El hoy director de la agencia atómica iraní, Fereydun
Abbasi-Davani, fue gravemente herido en noviembre de 2010. Y el general
Hassan Moghadam pereció en noviembre de 2011, en la explosión de un
cuartel de los Guardias Revolucionarios.
El modus operandi en los
asesinatos de la mayoría de científicos ha sido el siguiente: unos
motociclistas se acercan al coche de su objetivo, le adosan una bomba
magnética, aceleran para alejarse y no tarda en producirse una
explosión. En el mismísimo Teherán.
Estados Unidos ha negado con
vehemencia estar detrás de estas acciones. Su desmentido parece creíble y
la práctica totalidad de los expertos las atribuye al Mosad. Como los
agentes israelíes de la unidad Cesarea, la especializada en sabotaje y
asesinato, no pueden actuar en Irán -ni aun disfrazándose de europeos,
como sí hicieron en Dubai en 2011-, el Mosad ha reclutado a opositores
extremistas iraníes de etnia kurda, religión suní (grupo Jundallah) o
ideología ultraizquierdista (Muyahidin Jalq).
En ocasiones, el
espionaje israelí ha utilizado para esta guerra sucia lo que en el mundo
de los servicios secretos se llama false flag, falsa bandera. El pasado
mes, la revista Foreing Policy informó de que agentes del Mosad se
hicieron pasar por funcionarios de la CIA para reclutar como sicarios a
terroristas del grupo Jundallah. Mark Perry, el autor de la información,
contaba que esta operación se llevó a cabo a espaldas de la CIA y la
Casa Blanca, que, cuando la descubrieron, aullaron de indignación.
Tamir
Pardo, el nuevo jefe del Mosad, dirige ahora los actos de sabotaje y
asesinato contra el programa nuclear iraní. Pero esta guerra secreta la
había diseñado e iniciado su predecesor, Meir Dagan. A comienzos de
2011, el legendario spymaster Dagan fue cesado precisamente por su
oposición a un ataque bélico contra Irán. Ya entonces, los gobernantes
israelíes creían que la guerra secreta que llevaba a cabo el Mosad era
necesaria, pero no suficiente. Y comenzaban a planear tanto una
operación militar aérea contra instalaciones iraníes como la respuesta a
las previsibles represalias.
Estos preparativos se han acelerado
desde que, el pasado noviembre, la Agencia Internacional de la Energía
Atómica certificó que el programa nuclear iraní tiene fines militares.
Al Gobierno israelí le inquieta particularmente la nueva planta de
enriquecimiento de uranio de Fordo, cerca de la ciudad sagrada chií de
Qom, un auténtico búnker subterráneo excavado en una montaña y protegida
por una fuerte defensa antiaérea. Ha llegado al convencimiento de que,
dentro de un año, ya nada ni nadie podrá impedir que Irán se dote del
arma nuclear.
En esta y otras materias de seguridad, Israel tiene
suficientemente probado que no se anda con chiquitas. En 1981 sus
cazabombarderos F-16 lanzaron un ataque sorpresa contra el reactor
nuclear de Osirak, en el Irak de Sadam, y lo inutilizaron por completo.
En 2007, esta vez con cazabombarderos F-15I Raam, volvió a actuar de
esta guisa contra un reactor sirio en una zona desértica al oeste de
Damasco.
Ahora bien, ¿tiene Israel recursos militares suficientes
para repetir las jugadas de Irak y Siria en el actual Irán? En un
reportaje muy documentado, el semanario norteamericano Time acaba de
responder negativamente a esa pregunta: Israel no está en condiciones de
infligir un daño irreparable al programa nuclear iraní.
Para
empezar, el régimen iraní ha repartido ese programa entre numerosas
instalaciones dispersadas a lo largo y ancho de ese amplio país (Irán,
habitado por 80 millones de personas, tiene una extensión tres veces
superior a España). Y las más importantes, las que albergan las
centrifugadoras que enriquecen el uranio, están construidas bajo tierra,
a profundidades que las hacen casi invulnerables.
Y luego están
las limitaciones de la aviación israelí. Cuenta con F-15I Raam capaces
de volar 2.500 kilómetros sin repostar, una autonomía suficiente para
llegar a Irán (entre Tel Aviv y Teherán hay 1.600 kilómetros). Y con
F-161 de escolta. Amén de una flota de aviones no tripulados (drones)
aptos para bombardeos de precisión. Sus satélites y aviones no tendrían
excesivos problemas tanto para guiar a los suyos como para perturbar los
radares, las telecomunicaciones y los ordenadores de los iraníes.
El
problema estriba, como señala Time, en que resulta difícil imaginar que
esas unidades pueden estar yendo y viniendo días y días, semanas y
semanas, teniendo que repostar una y otra vez en el aire a muchos de sus
aparatos. Y, según los especialistas, esto, una campaña muy prolongada,
es lo que sería necesario para demoler seriamente el programa iraní.
Así
que Israel podría lanzar un ataque aéreo puntual que dañara unas
cuantas instalaciones. El programa nuclear iraní sufriría así un retraso
de algunos meses, quizá un año, pero no más, según fuentes
norteamericanas. De dos o tres años, según las fuentes israelíes más
optimistas.
Solo Estados Unidos podría causarle un daño más
serio, pero a costa de emplear durante largo tiempo todo su potencial de
bombardeo con misiles y desde aviones. Y aun así, los expertos creen
que tampoco conseguiría cerrar el caso definitivamente. Quedaría, pues,
el recurso a la invasión terrestre, a la guerra total, algo inalcanzable
para Israel e impensable hoy para Estados Unidos.
¿Y cómo
reaccionaría Irán a un ataque aéreo israelí? Nadie discute que ese
ataque daría oxígeno político al régimen de los ayatolás, que se
encuentra en el punto más bajo de su legitimidad doméstica y su
influencia regional. Les permitiría presentarse como víctimas de una
agresión. En el interior apelarían tanto al sentimiento nacional persa
como al islámico para movilizar a su población. En el exterior podrían
revigorizar su prestigio entre sectores antiimperialistas del mundo
árabe y musulmán, muy alicaído hoy por la democrática primavera árabe y
la agonía del régimen sirio de los Asad.
Militarmente, Irán
podría responder disparando misiles de largo alcance Shahab-3 contra
Israel, pero es difícil prever cuál sería su alcance e impacto. Al
Gobierno israelí le preocupan más los ataques que podrían lanzar esos
vecinos suyos y aliados de Irán que son el grupo libanés Hezbolá y el
palestino Hamás. La Siria de los Asad también podría sumarse a la pelea,
encontrando así una salida "patriótica" a sus apuros domésticos.
Esto
es, no sería descartable una guerra total en Oriente Próximo. Como
tampoco una campaña de acciones terroristas en el resto del mundo contra
objetivos israelíes y judíos. Por no hablar de un intento de cierre del
estrecho de Ormuz por parte de Irán con la subsiguiente crisis
petrolera planetaria. Asimismo Irán podría sabotear refinerías y
oleoductos en territorio saudí.
¿Vale la pena? No para el resto
del mundo; en cuanto a Israel, es lo que evalúan en estos momentos tres
personas: el primer ministro Netanyahu, el viceprimer ministro Yaalon y
el ministro de Defensa Barak. Calificados de "halcones" por el semanario
británico The Economist, los tres están convencidos de que un Irán
nuclear supondría una "amenaza existencial" para Israel. Así que se
inclinan a pensar que vale la pena.
El 25 de enero, el periodista
israelí Ronen Bergman publicó en el suplemento semanal de The New York
Times un reportaje (Will Israel attack Iran?) que no ha cesado desde
entonces de analizarse del derecho y del revés por todos los que siguen
este asunto. Bergman lo concluía así: "Tras hablar con muchos líderes
políticos y jefes militares y de los servicios de inteligencia, he
llegado a la conclusión de que Israel atacará Irán en 2012".
Bergman
es un veterano analista y reportero del diario israelí Yedioth
Ahronoth, alguien muy bien conectado y fiable. Nadie pone en duda los
hechos que cuenta en su reportaje, ni tampoco las declaraciones de
políticos, militares y espías israelíes que recoge. Pero ¿y si, en este
juego de espejos deformantes que es la próxima guerra, alguien le
hubiera hablado al periodista como lo hizo con la intención de que
transmitiera a Estados Unidos y a Europa la idea de que, como no
endurezcan más su actitud, Israel atacará en solitario sean cuales sean
las consecuencias para todos?
Así, como un globo sonda para meter
más presión, lo ha interpretado el diario israelí Haaretz. Y también el
especialista estadounidense Jeffrey Goldberg, que ha contado que las
mismas fuentes israelíes ya le dijeron a él que el ataque se produciría
en el verano de 2011. Goldberg cree que los gobernantes israelíes
repiten la jugada para que Occidente apriete aún más las clavijas a los
ayatolás. El propio Bergman, en declaraciones a The New York Times del
30 de enero, admite que él no puede meterse en la cabeza de la gente a
la que entrevista y descubrir las razones por las que dice esto o
aquello. "Puede ser", dice, "que estemos ante aquello de 'agárrame, que
le pego'. Puede que Israel esté enviando un mensaje de este tipo a
Estados Unidos y Europa: hagan algo con Irán, porque si no, lo haremos
nosotros".
Y es que tampoco en el establishment israelí hay total
unanimidad sobre la rentabilidad de un ataque aéreo unilateral contra
Irán. Hay voces discrepantes, y no, precisamente, de pacifistas. Entre
otros, Meir Dagan, exjefe del Mosad; Gabi Ashkenazi, exjefe de la Junta
de Estado Mayor, y Rafi Eitan, un veterano oficial del Mosad, creen que
la amenaza de Irán no es ni tan inminente ni tan "existencial", y que
una acción militar preventiva israelí sería catastrófica. No detendría
el programa nuclear de los ayatolás y le supondría a Israel un serio
aislamiento internacional y feroces represalias.
Cuando fue
destituido en enero de 2011, el spymaster Dagan reunió a un grupo de
periodistas y, según cuenta Bergman, les dijo: "La idea de que es
posible detener el proyecto nuclear iraní con un ataque militar es
incorrecta; tan solo es posible provocar un retraso temporal". Eitan es
de esa opinión: el único modo serio y definitivo de lidiar con este
asunto es "un cambio de régimen" en Teherán, algo a lo que contribuiría
muy poco, más bien al contrario, el ataque israelí.
En un
artículo publicado el 23 de enero en el diario beirutí Daily Star, el
exagente de la CIA Bruce Riedel, especialista en Oriente Próximo, cree
que el Gobierno israelí exagera. Es, al parecer, la opinión mayoritaria
en el espionaje estadounidense. Obama, según fuentes norteamericanas,
tiene sobre la mesa del Despacho Oval informes que dicen: 1. Irán,
aunque continúe enriqueciendo uranio, aún no ha dado los pasos técnicos
necesarios para construir un arma nuclear. 2. Aunque empezara a darlos,
necesitaría más de un año para construir tal arma. 3. Un ataque aéreo no
destruiría su programa nuclear: en cambio, podría decidir a los
ayatolás a construir un arma nuclear lo antes posible.
A Obama no
le gusta en absoluto la próxima guerra, intuye que será tan desastrosa o
más que la de Irak. A mediados de enero, telefoneó a Netanyahu para
advertirle de que no debe atacar a Irán por su cuenta y riesgo. Y con
ese mensaje envió a Israel, días después, al jefe del Estado Mayor
norteamericano, el general Martin Dempsey.
Pero Netanyahu y los
suyos no ocultan su disposición a actuar por sorpresa y sin solicitar
permiso. Saben que la mayoría proisraelí de Estados Unidos terminaría
aplaudiendo. Y el que Obama quedara desautorizado no les desagrada.
Netanyahu ya le humilló al desoír sus llamamientos para el cese de la
construcción de colonias judías en Jerusalén oriental y Cisjordania y al
conseguir por ello una ovación en el mismísimo Capitolio de Washington.
A
Europa esta guerra no le puede venir en peor momento. Tomándose muy en
serio a Israel, acaba de tomar una decisión importante para intentar
abortarla: el embargo del petróleo iraní. Lo ha dicho Alain Juppé,
ministro francés de Exteriores: "Para evitar una acción militar
irreparable, tenemos que endurecer las sanciones". Norteamericanos y
europeos trabajan para que otros clientes del petróleo iraní como Japón y
Corea del Sur se sumen al embargo. Como alternativa, Arabia Saudí se
ofrece a aumentar sus exportaciones.
Las sanciones económicas
están dañando a Irán: su economía está atascada mientras se disparan la
inflación y el desempleo. De modo que Estados Unidos y la Unión Europea
aún trabajan con la hipótesis de dejarle una vía de escape a los
ayatolás: el cese del enriquecimiento de uranio y la aceptación de
severas inspecciones internacionales. Pero los ayatolás tienen la cabeza
dura, muy dura. El choque frontal de trenes es altamente probable. -
Fuente: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
listos los planes para atacar las instalaciones nucleares de los
ayatolás en primavera. Entretanto, el Mosad prosigue su lucha secreta en
Irán
A gente como Bibi Netanyahu, Moshe Yaalon y Ehud
Barak hay que tomarla en serio cuando dice que va a por alguien. Tienen
el gatillo fácil si piensan que la existencia misma de Israel está en
peligro. Lo que, a pesar de que ese Estado tenga uno de los mejores
ejércitos y uno de los mejores servicios de espionaje del mundo, y
también unas cuantas bombas nucleares, ocurre con frecuencia. Ahora el
trío dirigente del Gobierno israelí da a entender que atacará Irán en
algún momento de los próximos meses para frenar el programa nuclear de
los ayatolás, y, le guste o no, el resto del mundo debe incluir eso en
sus previsiones para este nuevo annus horribilis. Israel bien podría
hacerlo; otra cosa es que ya haya decidido hacerlo.
Esta guerra
-la próxima guerra, como se la conoce en medios políticos, militares y
periodísticos- ha comenzado de hecho. Israel la libra en dos terrenos en
los que sobresale: la propaganda y el espionaje. A rastras, Estados
Unidos y la Unión Europea acaban de alistarse al decidir bloquear los
negocios con el banco central de Irán y no comprar un solo barril de
petróleo persa.
¿Iniciará Israel las hostilidades militares en la
primavera o verano próximos? No es descartable por mucho que Obama
intente impedirlo. Es incluso muy probable.
El de la próxima
guerra no es un juego para almas cándidas. ¿Cuáles son los hechos y
cuáles los bulos? ¿Quién va de farol y quién tiene una buena mano? ¿Es
esto o aquello un globo sonda? Como en una novela de John Le Carré,
verdades, mentiras y todo lo que hay en medio se suceden, se enredan, se
reflejan, se hacen eco, y así van deformándose y haciéndose
inextricables.
Lo seguro es que los gobernantes israelíes piensan
que el programa nuclear iraní supone una "amenaza existencial" para su
país. Lo seguro es que la ansiedad crece en buena parte de sus
compatriotas. La República Islámica de Irán, que jamás ha reconocido la
existencia del Estado judío, y muy en particular su actual presidente,
Ahmadineyad, que repetidamente ha clamado por su destrucción, no son
nada tranquilizadores.
También es seguro que Tsahal tiene listos
los planes para un bombardeo aéreo de instalaciones iraníes. Y que,
entretanto, el Mosad zancadillea ese programa nuclear con todos los
medios a su alcance.
Con sabotaje de centros industriales,
asesinatos de científicos y uso del virus informático Stuxnet, la fase
secreta de la guerra contra Irán comenzó la pasada década, después de
que los servicios de inteligencia de Estados Unidos e Israel llegaran a
la conclusión de que Irán tenía una planta de enriquecimiento de uranio
en Natanz, a unos 250 kilómetros al sur de Teherán. Ni unos ni otros
creyeron al régimen de los ayatolás cuando dijo que solo estaba
interesado en el uso civil de la energía nuclear.
Era una
desconfianza sensata. El Irán jomeinista tiene un montón de razones para
querer hacerse con armas nucleares. Empezando por su voluntad de ser
una potencia regional -voluntad enraizada tanto en el nacionalismo persa
como en el islam chií- y terminando por su temor a ser víctima de una
agresión bélica norteamericana y/o israelí, como ya lo fue en los años
1980 de una guerra impuesta por el Irak de Sadam. Precisamente, los
ejemplos contrapuestos de Irak y de Corea del Norte le han llevado al
convencimiento de que solo la verdadera posesión de armas de destrucción
masiva puede librarle de un ataque exterior.
Por aquello de
mantener la moral de la tropa, el régimen iraní atribuyó al principio a
accidentes las explosiones que sacudían sus cuarteles y fábricas o
reventaban los Peugeot de sus científicos. Hasta que, recientemente,
admitió lo que todo el mundo sabía: esa epidemia, de la que era víctima
todo lo relacionado con el programa nuclear, no podía ser otra cosa que
el fruto de la acción de servicios de espionaje extranjeros.
Por
su propia naturaleza, la guerra secreta es muy sucia. Y lo más sucio de
esta son los asesinatos de científicos iraníes. Han ido cayendo Ardeshir
Hosseinpour (2007), Masud Ali Mohammadi (2010), Majid Shahriari (2010),
Dariush Rezaeinejad (julio de 2011) y Mostafa Ahmadi-Roshan (enero de
2012). El hoy director de la agencia atómica iraní, Fereydun
Abbasi-Davani, fue gravemente herido en noviembre de 2010. Y el general
Hassan Moghadam pereció en noviembre de 2011, en la explosión de un
cuartel de los Guardias Revolucionarios.
El modus operandi en los
asesinatos de la mayoría de científicos ha sido el siguiente: unos
motociclistas se acercan al coche de su objetivo, le adosan una bomba
magnética, aceleran para alejarse y no tarda en producirse una
explosión. En el mismísimo Teherán.
Estados Unidos ha negado con
vehemencia estar detrás de estas acciones. Su desmentido parece creíble y
la práctica totalidad de los expertos las atribuye al Mosad. Como los
agentes israelíes de la unidad Cesarea, la especializada en sabotaje y
asesinato, no pueden actuar en Irán -ni aun disfrazándose de europeos,
como sí hicieron en Dubai en 2011-, el Mosad ha reclutado a opositores
extremistas iraníes de etnia kurda, religión suní (grupo Jundallah) o
ideología ultraizquierdista (Muyahidin Jalq).
En ocasiones, el
espionaje israelí ha utilizado para esta guerra sucia lo que en el mundo
de los servicios secretos se llama false flag, falsa bandera. El pasado
mes, la revista Foreing Policy informó de que agentes del Mosad se
hicieron pasar por funcionarios de la CIA para reclutar como sicarios a
terroristas del grupo Jundallah. Mark Perry, el autor de la información,
contaba que esta operación se llevó a cabo a espaldas de la CIA y la
Casa Blanca, que, cuando la descubrieron, aullaron de indignación.
Tamir
Pardo, el nuevo jefe del Mosad, dirige ahora los actos de sabotaje y
asesinato contra el programa nuclear iraní. Pero esta guerra secreta la
había diseñado e iniciado su predecesor, Meir Dagan. A comienzos de
2011, el legendario spymaster Dagan fue cesado precisamente por su
oposición a un ataque bélico contra Irán. Ya entonces, los gobernantes
israelíes creían que la guerra secreta que llevaba a cabo el Mosad era
necesaria, pero no suficiente. Y comenzaban a planear tanto una
operación militar aérea contra instalaciones iraníes como la respuesta a
las previsibles represalias.
Estos preparativos se han acelerado
desde que, el pasado noviembre, la Agencia Internacional de la Energía
Atómica certificó que el programa nuclear iraní tiene fines militares.
Al Gobierno israelí le inquieta particularmente la nueva planta de
enriquecimiento de uranio de Fordo, cerca de la ciudad sagrada chií de
Qom, un auténtico búnker subterráneo excavado en una montaña y protegida
por una fuerte defensa antiaérea. Ha llegado al convencimiento de que,
dentro de un año, ya nada ni nadie podrá impedir que Irán se dote del
arma nuclear.
En esta y otras materias de seguridad, Israel tiene
suficientemente probado que no se anda con chiquitas. En 1981 sus
cazabombarderos F-16 lanzaron un ataque sorpresa contra el reactor
nuclear de Osirak, en el Irak de Sadam, y lo inutilizaron por completo.
En 2007, esta vez con cazabombarderos F-15I Raam, volvió a actuar de
esta guisa contra un reactor sirio en una zona desértica al oeste de
Damasco.
Ahora bien, ¿tiene Israel recursos militares suficientes
para repetir las jugadas de Irak y Siria en el actual Irán? En un
reportaje muy documentado, el semanario norteamericano Time acaba de
responder negativamente a esa pregunta: Israel no está en condiciones de
infligir un daño irreparable al programa nuclear iraní.
Para
empezar, el régimen iraní ha repartido ese programa entre numerosas
instalaciones dispersadas a lo largo y ancho de ese amplio país (Irán,
habitado por 80 millones de personas, tiene una extensión tres veces
superior a España). Y las más importantes, las que albergan las
centrifugadoras que enriquecen el uranio, están construidas bajo tierra,
a profundidades que las hacen casi invulnerables.
Y luego están
las limitaciones de la aviación israelí. Cuenta con F-15I Raam capaces
de volar 2.500 kilómetros sin repostar, una autonomía suficiente para
llegar a Irán (entre Tel Aviv y Teherán hay 1.600 kilómetros). Y con
F-161 de escolta. Amén de una flota de aviones no tripulados (drones)
aptos para bombardeos de precisión. Sus satélites y aviones no tendrían
excesivos problemas tanto para guiar a los suyos como para perturbar los
radares, las telecomunicaciones y los ordenadores de los iraníes.
El
problema estriba, como señala Time, en que resulta difícil imaginar que
esas unidades pueden estar yendo y viniendo días y días, semanas y
semanas, teniendo que repostar una y otra vez en el aire a muchos de sus
aparatos. Y, según los especialistas, esto, una campaña muy prolongada,
es lo que sería necesario para demoler seriamente el programa iraní.
Así
que Israel podría lanzar un ataque aéreo puntual que dañara unas
cuantas instalaciones. El programa nuclear iraní sufriría así un retraso
de algunos meses, quizá un año, pero no más, según fuentes
norteamericanas. De dos o tres años, según las fuentes israelíes más
optimistas.
Solo Estados Unidos podría causarle un daño más
serio, pero a costa de emplear durante largo tiempo todo su potencial de
bombardeo con misiles y desde aviones. Y aun así, los expertos creen
que tampoco conseguiría cerrar el caso definitivamente. Quedaría, pues,
el recurso a la invasión terrestre, a la guerra total, algo inalcanzable
para Israel e impensable hoy para Estados Unidos.
¿Y cómo
reaccionaría Irán a un ataque aéreo israelí? Nadie discute que ese
ataque daría oxígeno político al régimen de los ayatolás, que se
encuentra en el punto más bajo de su legitimidad doméstica y su
influencia regional. Les permitiría presentarse como víctimas de una
agresión. En el interior apelarían tanto al sentimiento nacional persa
como al islámico para movilizar a su población. En el exterior podrían
revigorizar su prestigio entre sectores antiimperialistas del mundo
árabe y musulmán, muy alicaído hoy por la democrática primavera árabe y
la agonía del régimen sirio de los Asad.
Militarmente, Irán
podría responder disparando misiles de largo alcance Shahab-3 contra
Israel, pero es difícil prever cuál sería su alcance e impacto. Al
Gobierno israelí le preocupan más los ataques que podrían lanzar esos
vecinos suyos y aliados de Irán que son el grupo libanés Hezbolá y el
palestino Hamás. La Siria de los Asad también podría sumarse a la pelea,
encontrando así una salida "patriótica" a sus apuros domésticos.
Esto
es, no sería descartable una guerra total en Oriente Próximo. Como
tampoco una campaña de acciones terroristas en el resto del mundo contra
objetivos israelíes y judíos. Por no hablar de un intento de cierre del
estrecho de Ormuz por parte de Irán con la subsiguiente crisis
petrolera planetaria. Asimismo Irán podría sabotear refinerías y
oleoductos en territorio saudí.
¿Vale la pena? No para el resto
del mundo; en cuanto a Israel, es lo que evalúan en estos momentos tres
personas: el primer ministro Netanyahu, el viceprimer ministro Yaalon y
el ministro de Defensa Barak. Calificados de "halcones" por el semanario
británico The Economist, los tres están convencidos de que un Irán
nuclear supondría una "amenaza existencial" para Israel. Así que se
inclinan a pensar que vale la pena.
El 25 de enero, el periodista
israelí Ronen Bergman publicó en el suplemento semanal de The New York
Times un reportaje (Will Israel attack Iran?) que no ha cesado desde
entonces de analizarse del derecho y del revés por todos los que siguen
este asunto. Bergman lo concluía así: "Tras hablar con muchos líderes
políticos y jefes militares y de los servicios de inteligencia, he
llegado a la conclusión de que Israel atacará Irán en 2012".
Bergman
es un veterano analista y reportero del diario israelí Yedioth
Ahronoth, alguien muy bien conectado y fiable. Nadie pone en duda los
hechos que cuenta en su reportaje, ni tampoco las declaraciones de
políticos, militares y espías israelíes que recoge. Pero ¿y si, en este
juego de espejos deformantes que es la próxima guerra, alguien le
hubiera hablado al periodista como lo hizo con la intención de que
transmitiera a Estados Unidos y a Europa la idea de que, como no
endurezcan más su actitud, Israel atacará en solitario sean cuales sean
las consecuencias para todos?
Así, como un globo sonda para meter
más presión, lo ha interpretado el diario israelí Haaretz. Y también el
especialista estadounidense Jeffrey Goldberg, que ha contado que las
mismas fuentes israelíes ya le dijeron a él que el ataque se produciría
en el verano de 2011. Goldberg cree que los gobernantes israelíes
repiten la jugada para que Occidente apriete aún más las clavijas a los
ayatolás. El propio Bergman, en declaraciones a The New York Times del
30 de enero, admite que él no puede meterse en la cabeza de la gente a
la que entrevista y descubrir las razones por las que dice esto o
aquello. "Puede ser", dice, "que estemos ante aquello de 'agárrame, que
le pego'. Puede que Israel esté enviando un mensaje de este tipo a
Estados Unidos y Europa: hagan algo con Irán, porque si no, lo haremos
nosotros".
Y es que tampoco en el establishment israelí hay total
unanimidad sobre la rentabilidad de un ataque aéreo unilateral contra
Irán. Hay voces discrepantes, y no, precisamente, de pacifistas. Entre
otros, Meir Dagan, exjefe del Mosad; Gabi Ashkenazi, exjefe de la Junta
de Estado Mayor, y Rafi Eitan, un veterano oficial del Mosad, creen que
la amenaza de Irán no es ni tan inminente ni tan "existencial", y que
una acción militar preventiva israelí sería catastrófica. No detendría
el programa nuclear de los ayatolás y le supondría a Israel un serio
aislamiento internacional y feroces represalias.
Cuando fue
destituido en enero de 2011, el spymaster Dagan reunió a un grupo de
periodistas y, según cuenta Bergman, les dijo: "La idea de que es
posible detener el proyecto nuclear iraní con un ataque militar es
incorrecta; tan solo es posible provocar un retraso temporal". Eitan es
de esa opinión: el único modo serio y definitivo de lidiar con este
asunto es "un cambio de régimen" en Teherán, algo a lo que contribuiría
muy poco, más bien al contrario, el ataque israelí.
En un
artículo publicado el 23 de enero en el diario beirutí Daily Star, el
exagente de la CIA Bruce Riedel, especialista en Oriente Próximo, cree
que el Gobierno israelí exagera. Es, al parecer, la opinión mayoritaria
en el espionaje estadounidense. Obama, según fuentes norteamericanas,
tiene sobre la mesa del Despacho Oval informes que dicen: 1. Irán,
aunque continúe enriqueciendo uranio, aún no ha dado los pasos técnicos
necesarios para construir un arma nuclear. 2. Aunque empezara a darlos,
necesitaría más de un año para construir tal arma. 3. Un ataque aéreo no
destruiría su programa nuclear: en cambio, podría decidir a los
ayatolás a construir un arma nuclear lo antes posible.
A Obama no
le gusta en absoluto la próxima guerra, intuye que será tan desastrosa o
más que la de Irak. A mediados de enero, telefoneó a Netanyahu para
advertirle de que no debe atacar a Irán por su cuenta y riesgo. Y con
ese mensaje envió a Israel, días después, al jefe del Estado Mayor
norteamericano, el general Martin Dempsey.
Pero Netanyahu y los
suyos no ocultan su disposición a actuar por sorpresa y sin solicitar
permiso. Saben que la mayoría proisraelí de Estados Unidos terminaría
aplaudiendo. Y el que Obama quedara desautorizado no les desagrada.
Netanyahu ya le humilló al desoír sus llamamientos para el cese de la
construcción de colonias judías en Jerusalén oriental y Cisjordania y al
conseguir por ello una ovación en el mismísimo Capitolio de Washington.
A
Europa esta guerra no le puede venir en peor momento. Tomándose muy en
serio a Israel, acaba de tomar una decisión importante para intentar
abortarla: el embargo del petróleo iraní. Lo ha dicho Alain Juppé,
ministro francés de Exteriores: "Para evitar una acción militar
irreparable, tenemos que endurecer las sanciones". Norteamericanos y
europeos trabajan para que otros clientes del petróleo iraní como Japón y
Corea del Sur se sumen al embargo. Como alternativa, Arabia Saudí se
ofrece a aumentar sus exportaciones.
Las sanciones económicas
están dañando a Irán: su economía está atascada mientras se disparan la
inflación y el desempleo. De modo que Estados Unidos y la Unión Europea
aún trabajan con la hipótesis de dejarle una vía de escape a los
ayatolás: el cese del enriquecimiento de uranio y la aceptación de
severas inspecciones internacionales. Pero los ayatolás tienen la cabeza
dura, muy dura. El choque frontal de trenes es altamente probable. -
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